sábado, 9 de diciembre de 2017

ANA KIKA-CUBA-USA




ANA KIKA CUBA-USA

NO HAY IMPOSIBLES

Érase una mata de almendras con pájaros en sus ramas, nidos y frutos donde guardaba, en la intimidad de su cáscara dura, las deliciosas semillas doradas. En el otoño sus hojas se tornaban de diferentes colores por ambos lados, muy hermosas en sus ocres rojizos. Caían al suelo formando un mullido colchón donde venían a descansar los cerdos y las ovejas.

Al otro lado del camino, se extendía un campo de olivos no muy altos, con una copa tan tupida que el sol no se distinguía al trasluz. Cada cierto tiempo, los campesinos venían a recoger la cosecha. Los golpeaban con largas varas que hacían caer el fruto al suelo, y ramas, y hojas, y los dejan aturdidos, apaleados. Los olivos lloraban todas las noches por una semana hasta que se iban reponiendo poco a poco de tanta rudeza.  

La mata de almendras sufría al ver estos desmanes. Entonces le pareció bien enviar mensajes de consuelo y soporte moral a sus lejanos compañeros arbóreos.  

Fueron sus hojas las emisarias. Escribió en ellas algo así como: “No se queden estrujados. Beban agua de la tierra que eso alivia.” Tiraba las hojas al viento y esperaba respuesta. Días después, aterrizó en su ramaje  en un pequeño retoño que decía: “Hola, Reina. Eres muy guapa”. Contestó inmediatamente. “Hola, majo. ¿Cuál eres? Desde acá no te distingo.” “Soy el segundo de la primera fila.” “Ah… ya veo. El más coposo, el que de noche es el último en dormirse.”  “Es que te miro…” “No soy estrella.” “No te hace falta, brillas más que el sol.” “Vaya, vaya, que galante eres.” “Es que te amo.” “¿De veras?” “Si, te lo juro.” “Ja, ja, mentiroso…” Y así continuaron coqueteando hasta que nuevamente llegó el tiempo del apaleo.

“Yo me seco después de la paliza.” dijo él. “Si te secas, yo me muero. Quiero lo imposible, quiero vivir contigo, pegada a ti.” respondió ella. “Nada es imposible para el amor verdadero” añadió él muy serio. “¿Pero cómo lograr estar unidos si hay tanta distancia entre nosotros?” “Atiéndeme, estira tus raíces hacia mí. Yo las estiraré hacia ti. Nos encontraremos en algún sitio…y habrá boda.”

Se estiraron y se estiraron con esfuerzo infinito, hasta llegar a palparse en el camino subterráneo. La tierra se estremeció de tanto esfuerzo, de tanto amor. Todos los olivos aplaudieron y menearon sus cabezas tirando cientos aceitunas al suelo.

Ellos se enredaron en un amasijo de pasión, se amaron desenfrenadamente con toda la intensidad de su savia clara y todo el ardor del sol en sus melenas verdes.

Y es por eso que ahora no es raro encontrar en los mercados, pomos de aceitunas rellenas con almendra.